ESCUCHA por favor…

Amo la música..¿cómo no hacerlo?

He de confesar que quienes más aman la música en mí son mi manos…Juegan con ella y cuando no juegan, ruegan por hacerlo.

Recuerdo un lapsus de mi vida no tan lejano, donde mis pies me imploraron movimiento…

”no sé cómo moverme, no sé hacia donde ir”

les repetí…

“pregúntale a tus ojos, son ellos quienes siempre nos brindan dirección”

me respondieron.

Y así lo hice, pero no recibí ninguna señal.

Entonces me dije: “si mis ojos no pueden guiarme, algo más tendrá que hacerlo”

Y entonces…

la música…

Y entonces…

mis manos.

Moverse es una cosa y dirigirse es completamente otra.

Aprendí que quienes dirigen mi camino no son ni mis pies, y tampoco mis ojos. Han sido mis manos con su música.

Me atreveré a decir que mi trascender es un fenómeno sinestésico, donde mis manos ven, mientras se mueven, el camino.

Porque lo palpan…

porque lo huelen

porque lo sienten.

Mis pies son amos servidores y hoy, en un presente que ya no se me escapa, mis pulmones se han unido al compás.

Miles Davis visitó mis oídos aquella noche camino a mi casa en el subterráneo mundo del metro de Nueva York. Fue algo intensamente armonioso. Recuerdo aquel momento como “el gran suspiro”, el día que decidí escribir esto que estoy escribiendo en un instante lejano y que iluminó en mí la ansiada frescura que sienten mis sentidos abiertos, finalmente, a ser lo que quieran ser y no solo lo que yo les he dicho que sean.

La música abre portales como las pinturas, las cuales no nos muestran lo que se ve, si no lo que hay detrás de lo que vemos.

Mientras los pulmones respiran lo que los oídos palpitan. Los hombros me susurran: “por fin, por fin sos libre de verdad”.

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